A la presente llevo escritas y publicadas alrededor de 1.400 (mil cuatrocientas) páginas en este invento que responde por jmodels al que parece hora ya de darle un poco de sal y pimienta. Retomo la publicación de entradas ars gratia artis (o sea, allá según me dé) con la etiqueta «Imaginaria», que tan buenos y malos recuerdos me trae de la puta mili.
Voy a comenzar con una serie de imágenes que un día encontré en un foro ruso y tenía ganas de publicar aquí hace tiempo. Inútil preguntar de dónde proceden porque no recuerdo el foro ni cuándo lo visité, aunque poco importa.

Una imagen de niños estadounidenses que parece tomada en el periodo de entreguerras. Alineados por alturas aparecen un marino, una enfermera y un soldado. Que la niña fuese en disfraz de enfermera es un decir, pero podría ser. En cualquier caso ellas no estaban destinadas aún a morir por la patria. Las caras de ellos son el espejo del alma: el marino anda enfurruñado (se ve que no quedaban disfraces de almirante) mientras el soldadito se lo toma en serio.

Imagen muy curiosa. El pie de foto rezaba que se trata de niños de Leningrado jugando con un T-26 de pega en el invierno de 1937. Desde luego, no parece que el par de angelotes de caras lánguidas esté disfrutando de tan curioso juguete, que tiene ya deteriorada la parte delantera. Sin duda al orondo carrista conductor no debió gustarle mucho su papel y encajaba bastante justo. Reventó las costuras.

Vaya troupe. Grupo de tiernos infantes austrohúngaros posando para la historia. Variedad de caras que abarcan del «empanao» al vivales casi sin solución de continuidad. El jefe de la guardería parece el de la primera línea a la izquierda, el que semeja afilar la espada, y el abanderado está al final con cara de circunstancia. Vulgares palos por fusiles y bayonetas de ocasión. Por el emperador.

Niño australiano en uniforme de caballería, a juzgar por las espuelas. Una imagen de estudio muy aseada. El uniforme, hasta el último detalle y el cigarrillo para terminar de parecer lo que no se es.

Y esta es realmente tierna. Niño noruego en 1940. Parece tímido y sumiso, hundido bajo el casco de acero del invasor, que se ha tomado un rato libre, a juzgar por las armas y equipo que vemos al fondo. La cara es entera a la de un primo mío de crío. Tal cual.

Esta debe ser de los años de la Gran Guerra. Un infante alemán supuestamente con sus hijos. No hay duda de que el hombre tenía aspiraciones porque las criaturas visten uniforme de lancero y de húsar. Su padre, destinado a comer barro de trinchera, está bastante lejos de todo ese mundo de la caballería andante. Los niños ya llevan condecoraciones al servicio distinguido y las hombreras de lancero más parecen alitas de angelote.
Hasta no hace tanto la infancia no era más que una etapa inevitable anterior a la vida adulta, la realmente importante, se pensaba. Justo al revés que ahora, donde lo traumático es hacerse mayor y llevar la carga de las responsabilidades. Por eso hay tanto disfrazado en Halloween y campeones hogareños de videojuegos tan talluditos que llegan a frisar la cuarentena. Es lo que se lleva.

Debe estar conectado para enviar un comentario.